En la penúltima asamblea general, la del día 4 de noviembre, hubo una intervención un tanto “especial” desde las butacas, que de hecho sirvió para finalizar la asamblea.
Esa intervención me hizo reflexionar bastante, aunque por motivos diferentes a a las otras; resulta que, aunque el estilo del orador era inconfundible (elegir el último turno de palabra, desde las primeras filas y mirando a los asistentes, tono mitinero y mensajes concisos, pero arrimando el ascua a su sardina, 100% comisiones obreras), el caso es que no conocía a la persona que intervenía. Por un lado, no es extraño, ya que aún después de más de 7 años trabajando aquí, y 4 ejerciendo de representante sindical, hay mucha gente de la plantilla a la que sólo conozco de vista, pero quieras que no, las caras te suenan. Lo que me extrañaba es que una persona que se le notaba a la legua una formación y actitud sindical nunca hubiese coincidido conmigo en ningún momento en todo este tiempo. Es muy raro, porque ha habido temporadas que he visto más a “los de los sindicatos” que a mi propia familia. El caso es que, como preguntando se va a Roma, no tardé mucho en averigüar algunos datos sobre el susodicho interviniente. Nombre, puesto en la plantilla, etc.